miércoles, 4 de septiembre de 2024

Corridas de toros en Pontevedra… ¿Qué habrá pasado?


Las fiestas en Pontevedra guardan similitud con las de Pamplona: se celebran en honor de una figura religiosa que no es la patrona de la ciudad. Si los pamplonicas agitan sus pañuelos en honor a San Fermín y no a San Saturnino, en Pontevedra se baila y se desfila ante la Virgen Peregrina, cuando debería ser ante San Sebastián (por la misma razón que la capital guipuzcoana se llama San Sebastián-Donosti y no Donosti a secas), y ante la Virgen de la O.

Uno de los platos fuertes de las fiestas de la Peregrina, convertido desde hace tiempo en plato combinado, también son las corridas de toros. Cuando aterricé en esta urbe hace ya más de diecinueve años, dichos festejos taurinos se celebraban a lo largo de cuatro días, durante dos fines de semana, infiltrándose de vez en cuando rejoneadores y siempre el ya extinto torero bombero.

Hoy el evento se ha empequeñecido hasta limitarse a un cartel de dos tardes

Dos tardes en los que puedes dejarte caer por el Campo da Torre, a la vera del Coso de San Roque, antes de las siete y admirar una procesión de beodos y aficionados sin miedo a despeñarse por las empinadas gradas de la plaza.

Las corridas de toros en Pontevedra son para ver y ser visto, aún cuando muchos vayan ciegos.

Podría decirse, sin miedo a pillarse los dedos, que la menguante luna de los festejos en la ciudad del Lérez se debe a las campañas antitaurinas impulsadas con arrojo de papelina por ciertos movimientos y partidos autocoronados como animalistas, republicanos, veganos, antiespecistas, empadronados en la aldea de los Fruitis y, como no podía ser de otro modo, por el nacionalismo antiespañol de alpargata. 

En nuestra urbe bipolar, rebosante de prendas de abrigo y de verano que apestan a naftalina franquista, contamos con un gobierno local del Bloque Nacionalista Galego (BNG), sin embargo, este año el coso se ha llenado hasta la bandera española.

Nuestra Piel de Toro es así: da espacio al nacionalismo purulento de los excarlistas frustrados y acomplejados, que se cobijan bajo el paraguas del contundente e infantil pareado “rojo y amarillo, caca de chiquillo” tan escuchado en mi terruño, en referencia a la rojigualda. No es cuestión de perder oportunidad de atacar cualquier resquicio de “esa otra españolidad” (cierta o supuesta), y con las corridas de toros, como la muñeca de flamenca que se vende en toda tiendas de suvenires patrios que se precien, demuestran su interesado y escaso o nulo conocimiento. Como una reacción anafiláctica a cualquier contaminación procedente del invasor castellano.

Por eso, cuando hablamos de otros festejos populares en los que hay maltrato animal, pero de los que el nacionalismo se ha adueñado, no pasa nada. Pero no sigo por este sendero, porque tanto propios como extraños se pueden soliviantar y obligarme a recibir un trasplante de piel.

Para empezar, los festejos taurinos, que en realidad son ritos, no son españoles. Otra cosa es que en este lado de la “balsa” se haya conservado un pasado pagano. Así tenemos muestras en Portugal y en Francia, así como restos de hemeroteca en Italia. Son propios a todos los pueblos de la cuenca del Mediterráneo. ¿De dónde se cree entonces esta gente que viene el mito de Teseo y el Minotauro?

Es la Taurokathapsia. La lucha de hombre contra la naturaleza divina y hostil. La luz (de ahí el traje de luces), contra la oscuridad (tonalidad común en los toros de lidia). Un enfrentamiento ritual que se remonta a la prehistoria y que, con diversas formas, se representaba en Egipto, Anatolia, Grecia, Roma, Iberia… siempre con el toro como elemento sacralizado en ritos solares, de fecundidad, etc., cuya función y carga religiosa se ha ido diluyendo hasta confundirse con un simple pasatiempo de sangre para españoles.

Joder, si hasta en el museo de Pontevedra hay una bañera de piedra donde los castreños sacrificaban toros.

A pesar de todo lo dicho, no soy un aficionado a las corridas de toros. Las pocas que he visto me han resultado desagradables y aburridas. Me disgusta el sangrado y la muerte de esos bellos animales, pero sé que son una raza bovina que se habría extinguido sin estos ritos.

Quien exclame a los cuatro vientos que sin corridas de toros seguiría existiendo la raza de los toros de lidia es imbécil y lo digo y lo reafirmo ante quien haga falta. Y lo hago porque resido en una comunidad autónoma donde vivimos el drama de la extinción de las razas domésticas y algunos estamos algo sensibilizados.

Tomando la hemeroteca por el brazo, en 2019, España contaba con 164 razas autóctonas domésticas. Curiosamente, de esas 164 había 135 en peligro de extinción, si es que a fecha presente el número no ha aumentado.

En Galicia portamos los estandartes de la gallina de Mós y el porco celta, animales que solo unos pocos paisanos se preocupan en conservar sin tomar lo que supondría la vía rápida: desentenderse y llenar sus granjas de razas más aptas para una producción intensiva y, por tanto, más rentables.

En cuanto a los bóvidos, estos representan la segunda especie más amenazada en España. Recuerdo, hará un par de décadas como poco, un programa de televisión donde se entrevistó a un ganadero, ya muy mayor por entonces, que se lamentaba de la extinción de los animales domésticos autóctonos españoles. Este señor en concreto era el dueño del último ejemplar de un toro cuya cornamenta retorcida podía recordar a la del marjor o a la de un carnero de crin. Aparte de la imagen, sólo recuerdo que era una especie propia del Levante español y que el ganadero había tomado la prudencia de encargar que se custodiara unas muestras de ADN y de semen de este animal para que en laboratorio, si alguien se tomara la molestia, se pudiera recuperar la raza.

Aquel toro y su raza no interesaban a la cadena alimentaria y acabó extinguiéndose.

Quien considere que los toros de lidia se conservarían sin los festejos entiendo que lo dice porque cree que algunos ejemplares suertudos acabarían en zoológicos y para de contar, a buen seguro tras una campaña masiva de esterilización. O en una tarjeta identificativa, como en aquel cuento de ciencia ficción.

Sin el negocio que rodea a las corridas de toros, esta raza no interesaría a nadie, mucho menos el coste de una crianza indiscutiblemente 100% ecológica. Es más, si se extinguiera, ¿a alguien le importaría?

Pero en este año 2024 ha sucedido algo extraño en Pontevedra.

En ediciones anteriores, si aparecía un cartel anunciando la corrida de la Peregrina en una pared o en un panel habilitado, en cuestión de minutos y sin que se le hubiera secado la cola, aparecía arrancado o pintarrajeado con eslóganes antitaurinos. Daba igual el lugar o el momento: una mano o manos acudían raudas a hacer el trabajo. Del mismo modo, se respiraba en la ciudad una mayor animadversión política hacia la tradición taurina que, en el papel, se remonta al s. XVII. Mas, como iba diciendo, resulta que este año los carteles se han mantenido indemnes aún con el paso de los días, previos y posteriores a los festejos. Ni una pintada, ni un solo jirón. Cierto es que han desaparecido los paneles taurinos por orden del gobierno local en las rotondas y acera, pero… Los carteles ahí han permanecido.

Ha sido un tema recurrente en mis conversaciones cuando pasaba por una calle y contemplaba tan insólito espectáculo en la pared de ladrillos caravista de un local cualquiera. 

¿Qué habrá pasado? ¿Algún movimiento legal? Puede que se deba a que estos grupos antitaurinos y las manifestaciones se hayan vuelto cada vez más puntuales y menos populares ante el desgaste mediático que sufre un espectador de la realidad cada vez más aislado y disperso en una pantalla de móvil. Puede que el sentimiento antitaurino se haya convertido en otra moda más o en un postureo poco popular.


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