El esperar siete días para reencontrarme con esas notas musicales de arranque tan características, era un bálsamo con el que soportar otra semana más. Era asomarme a una ventana distinta, aún a pesar de los anuncios que acribillan el programa como lo hace un redneck con una lata vacía de cerveza en el cercado de su casa.
Hasta hace unas semanas, era capaz de soportarlo, pero ya no.
En el cierre del tercer programa de esta vigésima temporada, Iker Jiménez agradeció la acogida por parte de los espectadores de la emisión del domingo anterior. Un domingo en el que el programa duró casi tres horas porque hubo más de tres cuartos de horas de comunicaciones comerciales, tal y como él mismo confesó. No es la primera vez que lo hace, como tampoco el justificar que su bebé sufra una constante mutilación publicitaria. Sí, nadie va a discutir que Cuatro es una cadena de televisión privada que se nutre financieramente de patrocinadores y anunciantes, pero yo ya no soy capaz de tirarme tres horas de domingo visionando este programa en este plan. Como en otros campos de la rutina, el avance tecnológico me ha hecho menos paciente: las plataformas digitales no tienen anunciantes o apenas los tienen (por ser de pago), las aplicaciones de televisión cuentan con comunicaciones publicitarias distribuidas de forma más racional, y la libertad que da el visionado bajo demanda es señal de que la televisión está quedándose obsoleta tal y como está concebida tradicionalmente.
Ahora veo Cuarto Milenio a través de la aplicación de Mediaset (lo único que veo de este grupo), y lo hago con la máxima libertad de horarios, pero también de anuncios. No pago suscripción, trago anuncios, pero los mismos están ordenados al estilo norteamericano: muchos más cortes pero fr menor duración. Esto se contrapone con lo que se transmite cada domingo.
No todos somos santos varones que cultivan el don de la paciencia ilimitada, y el que te acuchillen sin misericordia un reportaje o una entrevista para introducir una cuña de 5, 6, 7 u 8 minutos, vuelva la emisión durante medio minuto, se corte para dar un anuncio de 30 segundos y, sin que pase otro minuto entero, arranque otra cuña de otros 7 u 8 minutos, no es que ponga a prueba nuestra paciencia: es que la cadena se burla de sus espectadores.
Una cosa es que esa táctica se emplee en programas de mero entretenimiento que se emiten a la hora de preparar la comida o de estar comiendo. Pero cuando son las 2300 horas bien pasadas y estás concentrado en un tema, pues jode y bastante.
Si se acude al art. 137 de la Ley 13/2022, de 7 de julio, General de Comunicación Audiovisual, el tiempo máximo de emisión de comunicaciones comerciales audiovisuales entre las 1800 y las 2400 horas es de 72 minutos. Se excluyen autopromoción, patrocinio, emplazamiento de productos, promoción de cultura europea, anuncios de servicios públicos, televenta, publicidad híbrida y sobreimpresiones.
Es decir, alrededor de la mitad de ese espacio publicitario, que se permite por norma a lo largo de 6 horas, bien podría haberse emitido durante su programa. Obviamente, en cada cuña no solo hay anunciantes, sino muchos elementos de autopromoción, anuncios del Gobierno, patrocinadores, sobreimpresiones… Sin embargo, todo tiene un límite.
Por un lado lo lamento, porque el domingo noche era un momento especial para mí; por otro, no tanto, porque ahora Cuarto Milenio lo veo cuando quiero y como quiero, evitando secciones, reportajes o colaboradores que no me interesan en absoluto. Como en una revista, uno lee los artículos que le atraen y no todo el conjunto.
Tras diecinueve años de fidelidad dominical absoluta, me he hecho demasiado viejo para aquietarme a unas reglas trasnochadas. Solo espero que los visionados a través de la aplicación se cuenten como share.
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