Atrapado por la bandera

Una de las cosas que más repugnancia me provoca es la necesidad, novedosa, fatua y superflua, de clasificar a todas y cada una de las personas con grandes etiquetas políticas que reúnen una serie hipotética de datos, tendencias y razonamientos considerados como fijos e inamovibles.

¿No os habéis sentido alguna vez perforados por punzones y colgados de percheros? Es como si con esa cosa al cuello uno ya tuviera una serie de atributos, virtudes y defectos, así como una línea hipócrita, por falsa, de pensamiento que seguir y cumplir a rajatabla. 

En palabras de uno de izquierdas sobre otro que tiende a la izquierda (buenísima persona por molde, no como los del otro bando), éste debe llamarse Pepe y ser republicano, vegano, ateo, ecologista, animalista, feminista, donante de oenegés, hipertolerante "osea", antirracista, vecino de barrio obrero, etc. Es solo un ejemplo al que se puede dar la vuelta, como a una tortilla de patatas: si ese otro tiende a la derecha, se llamará Cayetano y será monárquico, pijo, insaciable devorador de carne, contaminante, maltratador de animales, machista y golpeador de mujeres, boicoteador de oenegés, intolerante, racista, etc., y, por ende, un pérfido de manual.

Y en palabras de uno de derechas hacia un correligionario ha de ser justo la antítesis del contrario, en un estúpido reflejo en el espejo. Ya me entendéis. 

No sé. Es la tontería generalizada.

Yo la última vez que me he sentido burda e incorrectamente etiquetado fue al leer un determinado chiste gráfico en el que, cómo no, se colaron los términos fascismo, feminismo y demás chorrismos de última moda. Por supuesto, el dibujo que representaba al fascismo era el de un hombre, blanco, heterosexual y con pin de VOX a la pechera de un polo con la bandera de España. Y por ello me he sentido hasta cierto punto ultrajado, pues yo soy uno de tantos en este país que visten esos polos, con la enseña ya sea en pecho, cuello o espalda, y que para nada simpatizan con el Sr. Abascal (conozco a gente que le vota y no por ello le he retirado el saludo y la amistad, que con cosas peores me he codeado). 

Soy uno de tantos que ha ido a manifestaciones contra el terrorismo y a favor de sus víctimas y que ha sentido una vergüenza sin límite cuando se han colado los descerebrados de siempre que levantan el brazo más que en un anuncio de desodorantes, haciéndonos quedar  a todos como fachas. Uno de tantos que no siente apego, nostalgia ni querencia por personajes anteriores a la época presente y que nada tienen que ver conmigo. Uno de tantos que no mira para otro lado cuando hay maltrato. Y uno de tantos que no esconde una bandera, una que ya existía mucho antes de que se escupiera por primera vez la palabra “fascismo”; que conoce su historia y se siente orgulloso de su vinculación histórica con este país que hemos forjado y, por desgracia, ultrajado. 

Se me revuelven las tripas cuando veo a los del partido verde con nuestra bandera bien grande, casi todos los domingos, en una de las plazas principales de mi ciudad. Están en su derecho de estar ahí y exponer sus ideas, como cualquier otro hijoputa de vecino; pero no soporto que se estén apoderando de una enseña nacional y que “los del otro bando”, todos cerdos de la misma camada, identifiquen, impongan y disfracen esos colores con una sola idea política alienante.

Yo sigo con mis polos y por ello no me siento fascista. Es más, en la vida se me ocurriría votar al Sr. Abascal, como tampoco a los lobeznos del Sr. Iglesias Turrión. Si por mi fuera... Pero eso es otro cantar.

Seguiré respetando a las personas por lo que aportan, no por sus genitales o por color político. Seguiré estudiando la Historia de España y no colaborando en su ocultamiento torticero para hacer sonreír bocas extranjeras. Seguiré haciendo muchas cosas y lo que me venga en gana, pero, por favor, ahórrense conmigo las etiquetas y métanselas por donde les quepa.


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