miércoles, 21 de diciembre de 2022

Picasso con tuercas: la polémica en torno a la irrupción de las IIAA en el mundo de la ilustración

Llevamos meses enfrascados en encarnizadas discusiones sobre la aplicación de la inteligencia artificial en el campo de las artes plásticas y las consecuencias que pueden derivarse de su abuso. 

Como guionista de un par de cómics y como dibujante frustrado, no puedo quedarme al margen y me voy a remangar. Justo por eso de ser un dibujante inútil, soy conocedor del esfuerzo que conlleva delinear una sola viñeta o el esbozo de una ilustración, no digamos superar esa marca. Creo que el aforismo “una imagen vale más que mil palabras” se queda corto no, cortísimo, como también creo que ninguna máquina, por muy avanzada que sea, podrá reproducir eso que es propio del artista: la sensibilidad. Sí, podrá hacer un cuadro siguiendo el estilo de Goya o de Velázquez; se podrá incluso subastar la pieza en una galería, pero el algoritmo emocional nunca podrá rozar algo tan inalienable como es el cerebro artístico. Sólo podrá ser un falsificador muy hábil y, por suerte y por ahora, las IIAA, en esto de dibujar y componer imágenes, topan con los mismos obstáculos a los que se enfrentan los humanos: las manos y los dedos. Se les dan fatal y los resultados son muy divertidos.

Pero ya hay cómics generados al 100% por IIAA y que se venden, de ahí el pavor generalizado…

Antes de continuar con mis tonterías, me gustaría confesar que he trasteado un poco con estas inteligencias, obteniendo unos resultados que califico de abominables. Innegable es que la culpa es mía por no saber explicarle a la máquina lo que quiero que represente y, aunque también he conocido el Midjourney, por haberme limitado a hacer uso de versiones beta gratuitas (todos conocemos las triquiñuelas típicas para que te dejes unas perras en el camino con las versiones Premium de cualquier programa, pues están en su derecho, que para algo es su negocio). Y lo único que me ha gustado de estos “productos” es cuando doy con galerías imposibles, cogiendo una película y, por ejemplo, la cambie de época y la ajusten al estilo de un director concreto. Os daría ejemplos como los de «La guerra de las galaxias» dirigida por Akira Kurosawa en la década de 1950, «Star Trek» pasada por la mano de Fritz Lang en plenos años 1920 u otras que me han gustado mucho, como la combinación entre «2001: una odisea del espacio» y «La naranja mecánica» o una versión anime del videoclip «Purple Rain» de Prince. Las imágenes que arroja la mente informática me parecen hermosas y perturbadoras, como un sueño que se convierte en pesadilla; cuando se admiran, no cabe duda que son falsas (sin necesidad de contar dedos, ya sabéis), pero tienen algo… Quizá un escalofrío provocado por la falta de alma.

Las inteligencias artificiales pueden aportar algo interesante, no obstante, considerarlas a ellas o a aquellos que hacen uso de las mismas como artistas es pasarse mucho de frenada, pues, en realidad, no generan nada salvo componer de prestado y de lo creado por otros. Y entiendo perfectamente esa horda indignada de compañeros del mundo del cómic y de la ilustración que está en pie de guerra, llegando a exigir que en sus foros y otras plataformas se prohíba la publicación de obras generadas mediante IA.

Sin embargo, me gustaría hacer una puntualización con la que para nada quiero que los párrafos anteriores queden con la tinta corrida. Una puntualización que relaciona a las IIAA con el campo que me es más propio, las Letras, y que alcanza incluso a mi profesión habitual, lejos de relatos, artículos y guiones.

Si sois lo suficientemente críticos ya os habréis topado con esto que voy a exponer. Si no, pues prepararos para llevaros las manos a la cabeza. Las IIAA están usurpando el trabajo de los plumillas desde hace años. Por ejemplo, muchas de las noticias que se publican en los medios digitales (y diría que también en celulosa), no están escritas por humanos, sino por programas a los que se les carga una serie de datos. ¿No os ha parecido extraño dar con artículos de redacción un tanto pueril, inconexa y torpe? ¿Habéis leído columnas que se limitan a traducir sin ton ni son lo publicado en un medio extranjero? No es que ya no haya correctores en los periódicos, es que ya no hay ni periodistas.

Incluso en mi profesión, que es el Derecho, ya se están desarrollando algoritmos para que una IA escriba demandas, contestaciones a demandas, recursos… Y todo el mundo aplaude como focas con ganas de otra sardina. En un campo de trabajo cada vez más estéril, hostil y deprimente, en el que hace quince años tenías una semana para hacer una cosa y si ahora te tomas quince minutos te dicen que aprietes el paso, parece una buena idea si no tienes medios ni personal, o si te importan un rábano tus clientes y los consideras un mero número de expediente. Pero, ¿acaso os creéis que las IIAA no están ya escribiendo novelas? ¡Ilusos! Pues claro que sí. 

¿Acaso la Historia no se repite? La tecnología siempre rebasa al ser humano y, para nuestro bochorno, llega a disfrazarse con los colores de la libertad, si no, estudiad monografías sobre la esclavitud en la Edad Contemporánea. ¿Cuándo empezaron los movimientos antiesclavistas? Cuando los gwanas se dieron cuenta de que una máquina resultaba más rentable que cincuenta negros o que cien o que mil. Aquellos que no podían industrializarse eran los que se aferraban al esclavismo y los que quedaban como los malos en el nuevo orden establecido por los “moralmente” superiores. Estudiad esta parte de la Historia, que os echaréis unas buenas risas.

Y los esclavos reaparecen en sectores donde las máquinas aún no han hecho acto de presencia y en trabajos donde los humanos se prestan a lo que sea por llevar unos euros a casa para que se los coma la hipoteca, el alquiler, la nevera… y el monstruo hiperfiscalizador que es el Estado.

Esclavos, trabajadores… La cuestión es la privación de derechos.

Pero me estoy yendo por las ramas, como siempre. ¡Yo y mi maldita costumbre de divagar!

Lo que quería decir es que las IIAA llevan tiempo en el campo de las Letras y nadie ha dicho ni pío. Sé que escribir no supone un esfuerzo, ni por asomo, comparable al de dibujar e ilustrar, pero sí exige una labor de creatividad, originalidad y horas de culo plano ante un bloc o un procesador de textos.

Cuando la escritura se democratizó gracias a la popularización de los ordenadores, no recuerdo haber escuchado ni leído, salvo por parte de las editoriales endogámicas, queja alguna. Yo reconozco abiertamente que si he llegado a escribir dos párrafos seguidos en mi vida en asuntos de ficción y demás, ha sido gracias a esa democratización que, en sentido negativo, ha convertido la literatura en un pajar de idiotas en el que solo hay una aguja (y que quede claro que yo soy uno de esos idiotas).

Ahora, de pronto, recuerdo un cómic que leí hace tiempo. He tenido que exprimir a fondo el Google para dar con su título: «El devorador de historias», de Fabrice Lebeault. Y es que viene al tema que ni «pintado». ¿Recordáis que unos párrafos atrás dije que las IIAA “no crean nada salvo componer de prestado”? Bien. No quiero destriparos el argumento, pero me temo que os chafaré parte de la misma: por las páginas de «El devorador de historias» deambula un ser mecánico que ha sido creado para escribir folletines, actuando como negro o escritor fantasma para un tal Homero San Ilíada. Un autómata que se le da de “comer” un par de obras y escribe, con ellas, las novelitas de “El Cuervo”, un personaje muy popular entre la masa: ¿acaso no es algo parecido a lo que sucede con las IIAA? Aunque confío en que estas inteligencias no terminen desarrollando apetencias carnívoras en búsqueda del elemento humano.

Supongo que, en el fondo y más allá de temas como el reconocimiento, las regalías, etc., todo el revuelo en torno a las IIAA y la ilustración es que el dibujo y la pintura son la expresión de arte físico y material más antiguo de la Humanidad, y nos resquema que el desarrollo informático supere esa frontera hasta llegar al punto en el que nos anule. Lástima que con el arte de contar historias no haya tanta polémica o a mí me parece que no la hay.


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